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Descripción

Escrito que, tras la invitación de Denis Diderot, se publicó en 1751 al comienzo del primer volumen de la Enciclopedia. Por su firmeza lógica constituye una obra autónoma, síntesis de la concepción filosófica de los enciclopedistas y documento de la fe racionalista del siglo XVIII. Reconociendo en Descartes al fundador de la nueva metodología científica, D’Alembert evitó la pendiente inclinada del dogmatismo y volvió de nuevo al empirismo inglés. Los conceptos con que traza el cuadro de los conocimientos humanos y de sus relaciones derivan directamente del Ensayo sobre el intelecto humano de Locke.

La sensación y la reflexión se consideran por tanto únicas fuentes de nuestro saber. El Discurso se compone de tres partes: En la primera, tras constatar que «las ciencias y las artes se prestan mutuos socorros y están unidas en cadena», se quiere demostrar que es a las ciencias exactas y no a la Revelación, a las que corresponde dictar los principios y normas de vida y de pensamiento de la humanidad. La razón, aplicada a descubrir todas las relaciones entre el yo y el mundo exterior, garantiza con su intervención las exigencias de este último y revela en sí un principio divino. Así la ciencia se eleva a la dignidad de sabiduría y se siente en condiciones de arrojar a la metafísica de su pedestal.

La segunda parte del discurso es una mirada hacia el pasado, en el que reinan las tinieblas de la ignorancia y el fanatismo. El Medioevo no tiene historia, porque está privado de las luces de la razón, en la que comienza y a la que vuelve la verdadera historia, espejo de la razón razonadora. Sólo gracias a Descartes y a Newton el mundo humano se anima con el fermento del pensamiento científico que eleva al primer plano el siglo XVIII. También las artes entran en la sombra, allá donde resplandece la luz de la razón: su historia está deducida sin criterio propio del Arte poética de Boileau.

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