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Título del libro
Antologia del retrete - GRafitis de los baños de mujeres
Autor
Andre Blanqué
Idioma
Español
Editorial del libro
Memphis - Vinten - 1991

Descripción

Prologo y recopilacion: Andrea Blanqué
Carátula y viñetas: Pepi

Entre el 1988 y 1989, Andrea Blanqué compiló graffitis de baños de mujeres en bares, liceos, facultades, hospitales, estaciones y parques de Montevideo. Y en el '91 publicó el libro Antología del Retrete (Vinten/Memphis). Acá reproducimos parte de la introducción y algunos de los textos recopilados.



I. LA POESÍA DE LOS BAÑOS

¿Quién no ha leído alguna vez, con lento deleite, las obscenas inscripciones en los baños?

¿Y quién no se ha asombrado, en más de una ocasión, al constatar la brillante inventiva de ese “otro” misterioso, al que no conocerá jamás, y que le envía su anónima y subversiva voz desde el contexto hediondo de un water público?

Y acaso... ¿no hemos estado todos, en alguna oportunidad, tentados, a punto de tomar un lápiz y sumarnos a ese coro irreverente que suena en ese cerrado recinto y que no perdona a nada ni a nadie?

Los grafitis de baños son un fenómeno universal: invaden culturas, países, sexos, clases sociales.

La primera vez que concienticé la fuerza arrolladora de estas frases fue, justamente, en la Universidad de Barcelona. Allí, no sólo estaban los baños repletos de grafitis, sino que, además, escuché a un catedrático -un matemático eminente- exclamar, mientras salía risueño de un excusado: “Hoy en el baño un grafiti fantástico: “HERMANO, OJALÁ NUNCA TENGAS EN EL CULO LO QUE TIENES EN LA MANO”. A partir de entonces presté atención a esa secreta y muy poco estudiada manifestación de cultura popular.

Una recorrida por algunos baños públicos de Montevideo permite descubrir que, nuestra ciudad, tan prolífica de poetas y cuentistas, también ha sido fecunda en “escribientes de los baños”. La Biblioteca Nacional, el IAVA, la Facultad de Derecho, de Ciencias Económicas, de Humanidades, el Capitol, el Mincho, La Tortuguita, el Lindo Bar: todos tienen allí dentro, escondido tras los letreros “damas-caballeros”, un preciso mundo construido a base de ingenio y morbo, que pertenece a todos y a nadie.

Frases insólitas, siempre cambiantes, que nada tienen que envidiar a los trillados slogans publicitarios ni a los grises titulares de los periódicos.

¿Cuánta distancia media entre un escritor legitimado, que escribe con vistas a publicar en una editorial consagrada, por ejemplo, y un escribiente que se detiene ante ese retrete, por lo general desbordante de sustancias biológicas, para CREAR -crear, simplemente- con birome o rojo lápiz de labios en la mano? El paralelismo es posible: ambos -el escritor y el grafitero- están solos. (Escribir en un baño es sin duda un acto de soledad, tan sólo comparable al acto de defecar o a la masturbación o a la propia literatura). Pero la diferencia radica en que, mientras el poeta tiene frente a sí un blanco papel virgen, el escribiente de los baños, se encuentra con una puerta o una pared que es un espacio abierto a todos.

Cada persona que se encierra en el retrete tiene derecho a escribir lo que se le plazca. La inscripción previa -si la hay- puede contestarse, tacharse, rehacerse o criticarse. Se da entonces el incomparable fenómeno de comunicación por el cual, sucesivos seres escriben, con diferente letra y color de lapicera, entre todos, una larga sarta de ingeniosidades colectivas.

Ninguno de los grafiteros llega a conocerse nunca. Nadie puede saber cuánto tiempo separa una inscripción de la otra. Los grafitis pueden desaparecer al día siguiente por la acción del Agua Jane o la pintura del propietario del bar.

Pero una comunión espiritual une a los escribientes: todos desolemnizan la existencia. Ya sea por el mensaje mismo, o por la inserción de una frase dogmática y doctoral en tan promiscuo contexto, el grafiti del baño siempre resulta, en definitiva, un aplauso a la vida, un festejo.

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