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Descripción

Título: Tres cuellos para el verdugo - Western
Autor: Keith Luger
Editorial: Ases del oeste, Ediciones B, Barcelona
Año: 1988
Encuadernación: Rústica - 15 cm x 10,5 cm
Páginas: 96 Pág
Condición: Muy Buena

Keith Luger. Una semblanza de Miguel Oliveros Tovar por Manuel Blanco Chivite
A mediados de 2006, en una ventanilla del Ayuntamiento de Valencia en la que se atienden los papeleos de los inmigrantes, la funcionaria de turno se ocupaba de los de un colombiano recién llegado. Le preguntó su nombre y quedó sorprendida por la respuesta: Keith Luger Enríquez. Casualmente, la mujer conocía a una de las hijas de Miguel Oliveros (a) Keith Luger, uno de los grandes de la novela popular y de kiosco y pudo contarle la anécdota. Los padres de aquél inmigrante, admiradores de los relatos del autor español, le habían puesto su nombre literario, quizás creyendo que se trataba de un autor norteamericano.
La singularidad de los relatos del Oeste y policiales de Keith Luger no radica solamente en el humor, principal característica de su obra, sino también en sus títulos, fiel reflejo de lo que el lector encuentra en sus páginas. Así es como, en ocasiones, surge un elemento lírico o evocador, inesperado y bienvenido. De todos esos títulos, he elegido uno para encabezar estas líneas: Que me entierren donde caiga mi sombrero. Corresponde a una novelita del Oeste, publicada en la colección Bisonte, de Bruguera, en agosto de 1968, sus últimas ediciones son de 1987 y 1988 en ediciones B, del grupo Z. Aroma amargo de tango y desplante ante la muerte. Viene a cuento de la propia muerte del autor, en plena calle de una gran ciudad, como tantos personajes de sus centenares de relatos policiales. Pero no fueron las balas de una hipotética banda rival, ni las de la policía emboscada, las que acabaron con él; tampoco llevaba sombrero. De haber sido así, aquélla tarde del 16 de noviembre de 1971, cuando Keith Luger cayó fulminado en el Paseo de la Florida, de Madrid, habría rodado por la acera hasta quedar inmóvil a un par de metros de su cabeza. Tampoco fueron balas, sino un ataque al corazón. Tampoco se dirigía a un saloon de un pueblo perdido del Oeste americano, sino a un quiosco cercano, a comprar el Informaciones, periódico madrileño de la tarde. En definitiva, Keith Luger era un escritor pacífico y entusiasta y escribir fue su gran pasión y su gran aventura. Tenía 47 años, cuando su sombrero pudo haber rodado, y sus libros se vendían y se siguieron vendiendo durante muchos años por centenares de miles de ejemplares.

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