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Descripción

FEDRO LIBROS se encuentra en el barrio de San Telmo, muy cerca del Mercado. En caso de compra el horario de la librería es de MARTES a SÁBADOS de 12 a 20 horas.

Benedict Anderson nació en China, pasó su infancia en California e Irlanda, se educó en Cambridge, Inglaterra, y finalmente encontró un hogar en la Universidad de Cornéll, donde se sumergió en los estudios sobre el sudeste asiático. Fue expulsado de la Indonesia de Suharto después de revelar que los militares estaban detrás del intento de golpe de 1965, un hecho que suscitó represalias en las que murieron casi un millón de comunistas y sus simpatizantes. Proscripto en el país durante treinta y cinco años, prosiguió con su investigación en Tailandia y Filipinas.

A partir de este recorrido, Anderson narra su propia vida abierta al mundo. Así, revela la alegría de aprender lenguas, la importancia del trabajo de campo en la investigación, los placeres de la traducción, la influencia de la Nueva Izquierda en el pensamiento global, las satisfacciones de la enseñanza y su amor por la literatura mundial. Se detiene además en las ideas e inspiraciones que subyacen a su obra más conocida, Comunidades imaginadas, que marcó un hito en los estudios sobre nacionalismo. En palabras del autor, Una vida más allá de lasfronteras tiene dos temas principales. El primero es la importancia de la traducción para los individuos y las sociedades. El segundo es el peligro de un provincialismo arrogante o de olvidar que el nacionalismo serio está ligado al internacionalismo.

Benedict Anderson murió en Java en diciembre de 2015, poco después de terminar de corregir las pruebas de la edición inglesa de este volumen. Su lectura bastará para mostrar que su obra seguirá siendo una fuente de inspiración y estímulo para el futuro.


Roberto Bolaño se preguntaba a quién le interesaban los vaivenes sentimentales de un profesor, y decía que le interesaban los libros autobiográficos siempre y cuando el autor tuviera un pene de treinta centímetros en erección o fuera una prostituta retirada y moderadamente rica. Muy probablemente no sea el caso de Anderson, pero estas memorias no son la historia sosa de un profesor atribulado: son la radiografía de una mente brillante y valiente, capaz de sacarse de encima cualquier cáscara de coco, fundamentalmente la de todos los poderes. El humor de Anderson nos recuerda con frecuencia (y sin perder un ápice de gratitud) lo provincianos, obsesivos y estrechos de miras que pueden ser los estadounidenses, lo vulgar que es el inglés que impusieron como koiné global, lo nociva que puede ser la mirada de la “secta católica romana del cristianismo”, lo peligroso que puede ser el crecimiento de la cultura global digital para el tesoro de la diversidad de experiencias que han significado las diferentes identidades particulares.

Ese amor de Anderson por lo particular y los detalles se traduce en historias hermosas. Nos despedimos con dos.

A Anderson le molestaba el tratamiento de Tuan, amo, producto de la insistencia de los colonos holandeses para ser llamados de esa forma. Haciendo referencia a su propia piel, convenció a los indonesios de que es más parecida a la de un animal albino, y persuadió de llamarlo bulé, como se llamaba informalmente a esos animales. La palabra termina volviéndose tradicional para describir a los blancos.
“Más de diez años después, me divertí mucho cuando un colega ‘blanco’ de Australia me escribió una carta inocente en la que se quejaba de lo racistas que eran los indonesios y lo mucho que odiaba que lo llamaran bulé. Le pedí entonces que se mirara la piel en el espejo y pensara si realmente quería que lo llamaran Tuan. También le dije que yo había inventado el nuevo significado del término en 1962 o 1963. Cuando se negó a creerme, le dije: ‘Usted es un experimentado historiador de Indonesia, le apuesto 100 dólares a que no podrá encontrar bulé, en el sentido de gente ‘blanca’, en ningún documento anterior a 1963’. No aceptó la apuesta”.
Anderson se sorprendió de la libertad con la que las clases y los individuos se relacionaban en Indonesia, proviniendo de un ambiente tan socialmente estratificado como el británico. Recorrió Indonesia a dedo:
“Los conductores aceptaban alegremente llevar a los jóvenes, y los autoestopistas nunca temían que quienes los levantaban terminaran matándolos. En Java, en aquellos lejanos días, el autoestop (ngopeng) era común y corriente, y sospecho que a los camioneros les divertía ver a un joven bulé extendiendo el pulgar al borde del camino. Si el conductor iba solo, uno podía sentarse a su lado durante horas y disfrutar de fantásticas conversaciones sobre fantasmas, malos espíritus, fútbol, política, la maldita policía, chicas, chamanes, quinielas clandestinas, astrología y muchas cosas más. De lo contrario, uno trepaba al espacio abierto de la parte de atrás, especialmente bueno tras la caída del sol, cuando podía pararse a recibir el viento fresco en la cara”.
El pasaje me hizo acordar inmediatamente a este corto de Apichatpong Weerasethakul, titulado Mobile Humans, inspirado en la Declaración de los Derechos del Hombre.

En el capítulo dedicado a su jubilación, nos enteramos de que Benedict y Apichatpong se volvieron grandes amigos, a partir del interés de Anderson en el cine del Sudeste Asiático.

Quizás las invitaciones a viajar no estén en sintonía con los tiempos que corren, pero libros como Una vida más allá de las fronteras son invitaciones a viajar justamente como lo tenemos permitido hoy por hoy: sin movernos de nuestro escritorio.

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