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Descripción

Buenos Aires iba a recibir al Centenario. Claro que muchos de sus habitantes no debían saber de qué les estaban hablando o qué tenían que festejar. No porque fuesen indiferentes no porque no les importase la historia del lugar, sino porque no hacía demasiado tiempo que habían llegado y sus esfuerzos seguramente estaban concentrados en cuestiones relativas a las nuevas circunstancias: cómo acomodarse, cómo lograr una vivienda digna y, en una mayoría de casos, cómo pronunciar y organizar el castellano.

De ese singular universo que poblaba la ciudad y del divino laberinto de los efectos y las causas que lo crearon, algo sabemos. Del primero, que casi la mitad eran recién llegados (y más de la mitad de ellos italianos) y de los argentinos, que una mitad eran hijos de extranjeros. De qué podían enterarse y qué estaban dispuestos a festejar, también algo sabemos. Muchos celebraban, por ejemplo, la inaguración de la estatua de Garibaldi; los mismos, u otros, llenaban los teatros de ópera, de sainete y de zarzuela, las gradas del hipódromo de Palermo, los remates de casas y terrenos, y otros, y algunos de los mismos, se dedicaban a organizar las huelgas o a concurrir masivamente a los entierros de los grandes hombres, o a homenajear al autor de Tosca, o a Saint-Saëns, o al maestro Toscanini, o a la infanta, o a Titta Ruffo, o a Blasco Ibáñez. De ese buenos Aires antes del Centenario nos cuentan Francis Korn y Silvia Sigal, con la reconocida solvencia que las dos han exhibido en otros trabajos.

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