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Características del producto

Características principales

Título del libro
Perdidas en la noche
Subtítulo del libro
NO
Serie
NO
Autor
Fabián Martínez Siccardi
Idioma
Español
Editorial del libro
Tusquets
Edición del libro
RSUTICA
Color de la portada
Negro
Tapa del libro
Blanda
Volumen del libro
RUSTICA
Tamaño de la letra
Estándar
Con índice
Año de publicación
2017

Otras características

Cantidad de páginas
205
Altura
21 cm
Ancho
14 cm
Peso
500 g
Material de la tapa del libro
Cartulina
Con páginas para colorear
No
Con realidad aumentada
No
Traductores
Fabián Martínez Siccardi
Género del libro
Autores argentinos,Fabian Martinez Siccardi,Novela
Subgéneros del libro
Narrativa contemporanea
Tipo de narración
Una novela en las entrañas del arte callejero porteño.
Colección del libro
Andanzas
Accesorios incluidos
No incluye
Edad mínima recomendada
12 años
Edad máxima recomendada
99 años
ISBN
9789876704199

Descripción

ESTADO IMPECABLE, NO ESTA SUBRAYADA O ANOTADA, SOLO SELLO DEL PROPIETARIO

Medidas 14 x 21 cms

205 paginas

Impresa en 2017

RESEÑA
Las “mariposas nocturnas”, el velador, la pantalla, la insistencia, la apertura por debajo, una vía libre hacia la lámpara encendida; el aleteo y, finalmente, el regreso a la oscuridad. Ellas corren un riesgo acercándose a la luz, dado que así, aunque luzcan grises o marrones quedan por un tiempo expuestas ante las lechuzas. Pero la luz las atrae demasiado y, por eso, se olvidan del peligro; se arriesgan a la claridad porque necesitan recordar la luz.

Blackstone -al sur de Virginia-, diciembre de 1997. La navidad nevada que el pueblo espera.

Un hombre juega a las damas con su hija de siete años para mantenerla despierta. Se trata de Luciano Capra, un argentino, un porteño que, por sorpresa del destino, se encuentra en aquel pueblo de tres mil habitantes, lejos, muy lejos de su lugar en el mundo. La niña es Annabelle, nacida de un romance fugaz entre Luciano y Katherine, una norteamericana que visitó la Argentina y que, pocos años después, en su país, se convirtió en una de las víctimas de un doble asesinato en el que mueren ella y su hermana; sólo se salva la pequeña Annabelle, escondida en un armario.

Luciano se hace cargo de esa tragedia, viaja a los Estados Unidos; en aquel pueblo se entrevista con el abuelo de la niña y toma la decisión de quedarse ahí, en Virginia, para ocuparse personalmente de su hija. Unos veinte años después él regresa a Buenos Aires:

“Vivo en la calle Medrano. Para entrar a mi departamento tengo que atravesar un pasillo largo que conduce hasta el pulmón de la manzana. Es pequeño, pero tiene un patio con un árbol y una arquitectura noble: puertas y ventanas de roble, pisos de pino norteamericano en el dormitorio y en el living, baldosas ocres con diseños rojos y azules en el baño y la cocina, cielorrasos que me triplican en altura y una gran bañera apoyada sobre garras de águila que apresan bolas de metal. En mis años en Virginia, viviendo siempre en casas con alma de madera, extrañaba las paredes anchas de ladrillos y esa solidez es lo primero que disfruto cada vez que regreso a mi departamento.”

Luciano es traductor, intérprete, trabaja de ello y lo sabe hacer muy bien. En oportunidad de estar ejerciendo su profesión en un congreso organizado por Missing Children, choca con la ansiedad y la desesperación de una mujer, de California, que llegó a esta ciudad siguiendo el rastro de su hija desaparecida; aquella joven habría llegado a Buenos Aires con la idea de pintar murales, de entrar en ese circuito desde el voluntariado para desplegar sus dotes artísticas y con la expectativa de mejorar su dominio del español. La mujer exhibe una fotografía de Willow; la mirada de esta chica refleja una especie de recelo, eso que Luciano observa y reconoce como algo instalado en su propia hija y, así, en algún punto, se identifica con la situación.

Él se siente involucrado: “...no fue un gesto de puro altruismo. Aunque mi hija se encontrara a una llamada de distancia, algo en mí presentía desde hacía algún tiempo que Annabelle se me escurría entre los dedos y ayudar a buscar a Willow, en algún rincón de mi mente, se equiparó a salir en búsqueda de mi propia hija”. Decide acompañar a esa madre en el peregrinaje, en esa búsqueda que se impone, en una investigación que se inició con un breve encuentro -en el aeropuerto de Ezeiza- entre Rose y una chica holandesa que había tenido en su poder una mochila que Willow le habría dejado en custodia; esa joven regresaba a su país y, antes de partir, cumplió en entregar aquello, que no le pertenecía, la recibieron en la oficina del voluntariado desde la cual, de inmediato, se comunicaron con Rose para que ella pudiera juntarse, a la brevedad, con algunas pertenencias de su hija. Obviamente, Rose ya había averiguado cuál era la institución en la que su hija se había desempeñado como voluntaria y ya había establecido contacto con la oficina desde la que recibió ese llamado y, luego, la mochila.

Aquel encuentro, entre Rose y la holandesa, no arrojó mayores resultados; la chica no conocía a los amigos de Willow, pero sabía que algunos de ellos eran porteños; como algo a tener en cuenta, dijo que la última vez que la vio, la notó alterada. Y, como clave, en la mochila aparece un cuaderno con dibujos y anotaciones escritas a media lengua; ello justifica que Rose pida la asistencia de Luciano, para que él pasara en limpio y en inglés, una versión de esas anotaciones que Willow habría registrado acerca de sus primeras impresiones en Buenos Aires.

Rose recibe un mensaje de texto en el que, desde la oficina de búsqueda de personas, le informan que en la morgue judicial se encontraba un cuerpo no identificado que podría ser, o no, el de su hija.

Luciano se encuentra junto a Rose cuando ella recibe el mensaje y se ofrece a acompañarla.

Ella, miedo y fragilidad; él, reeditando la muerte de su madre, él estaba lejos y demoró un par de días en llegar al país, él llegó tarde y arrastra esa culpa.

Una trama impecable que ofrece más de una lectura. Las contradicciones de la vida.

Una dimensión estrictamente humana, un ensamble emocional.

Acciones conscientes e inconscientes.

Sentimientos profundos que giran alrededor de ciertos aspectos sociales.

La angustia de un padre, la de una madre; una distancia con la adolescencia y con la juventud.

Los vínculos; la razón detrás de la locura. Amistad, enamoramiento y muerte.

Murales y sombras en el arte; sensibilidad. Ausencias y dolores del alma.

El sentido de la libertad. Y la ceguera.

También un espacio, un pretexto para entrar en la importancia del idioma, de las lenguas:

“Me da claustrofobia pasar mucho tiempo en un solo idioma, en una sola cultura. Me gustan los espacios intermedios, los sitios donde se mezclan las lenguas y las nacionalidades. Las cabinas, si se quiere, son como una ciudad de frontera donde las lenguas coexisten todo el tiempo y cada una tiene el mismo valor que la otra.”

Idiomas y estilos. Diferencias y prejuicios culturales. Traducciones e interpretaciones:

“La sala de conferencias era el antiguo comedor del hotel, una gran habitación rectangular repleta de sillas con el podio para los oradores en el extremo más alejado de la puerta. Tal vez por la falta de espacio , la cabina de interpretación estaba adyacente al estrado y desde esa orientación sólo podía ver las primeras filas del público y la pared blanca del otro lado del salón. Los conferencistas quedaban ocultos, únicamente me llegaba su voz por los auriculares y eso me puso nervioso. Quise protestar, pedir que cambiara la orientación, pero ya era tarde. La mitad de las sillas estaban ocupadas y el primer orador estaba por comenzar.

Hablar un idioma tan bien como el otro, escuchar una frase y comprenderla, transferirla a la otra lengua y reproducirla mientras sigo oyendo, traduciendo y verbalizando las siguientes, no es lo más difícil de mi profesión, ni es más meritorio que lo que hace un músico callejero al tocar una guitarra y una armónica al mismo tiempo que con los pies les da a un bombo y a un platillo. Lo más extenuante es otra cosa. No soy un simple sistema que reconoce vocablos y los transforma en otro idioma, el lenguaje no es una ecuación en la que cada palabra se sustituye por su equivalente. No soy un reflejo, un espectro de otras voces. Lo que hago es un acto consciente y premeditado que modifica, adapta y compatibiliza mundos a menudo irreconciliables, que da sentido a lo que no tiene, que adivina el significado de lo que se calla en un idioma para silenciarlo en el otro. Y a ese fin, un movimiento de brazos, un entrecejo que se frunce, un dedo que rasca la nariz son elementos claves para entender al disertante, para captar y reproducir su intención más genuina…”

Preguntas y respuestas

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